'Numancia', antes morir que perder la vida
Como la aldea gala de Asterix y Obelix, pero en drama.

A Cervantes tal vez le pase como a Valle-Inclán. El tam-tam de la selva filológica y teatral lo pone por las nubes dramatúrgicamente hablando. Sin embargo, no hay director o directora experimentado que no tropiece con ellos, excepto José Luis Gómez que en el recuerdo triunfó con los dos. Pasó con la Numancia que dirigió Ana Zamora para la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Y pasa ahora con la Numancia que dirige José Luis Alonso de Santos para la Comunidad de Madrid.
Esta última producción, acaba de inaugurar la XXIV edición del Festival Hispanoamericano del Siglo de Oro de la Comunidad de Madrid – Clásicos en Alcalá, en el que ha tenido su estreno absoluto en el Teatro Salón Cervantes. En breve inaugurará el Festival de Mérida, donde, quizás con un buen uso de ese impresionante espacio teatral puede darse gato por liebre. Para al final pasar a ser el espectáculo estrella de las Navidades en los Teatros del Canal, donde el tiempo, la repetición y la experiencia puede que hagan que allí llegue en otro tono u otra tesitura.
Para aquellas personas que no recuerden la obra ni la historia, deben saber que Numancia es una ciudad de Hispania que se resistió con uñas y dientes a la invasión romana. Convirtiéndose en la tacha de una exitosa historia de conquistas para Roma. Como la aldea gala de Asterix y Obelix, pero en drama. Algo que no gustaba. Así que mandan a su mejor militar, Escipión, al que se le ocurren dos cosas.
La primera, luchar contra el adocenamiento y la buena vida de los militares que estaban en Hispania tratando de doblegar la ciudad. La segunda, asediar a la ciudad hasta aislarla y matarlos de hambre. Algo que a los numantinos les dio igual, incluso llegaron a matarse antes que caer en manos extranjeras que les pudieran mostrar como trofeo de guerra. De ahí el dicho de la resistencia numantina.
Hay que reconocer que para montar esta obra no han faltado medios. Sobre todo, recursos actorales. El elenco es largo y extenso. Y es bueno, aunque les hagan decir el texto de una manera un tanto caduca, con una prosodia de otra época. Algo que está naturalizándose en los teatros públicos de la Comunidad de Madrid desde hace un tiempo. Y con la que no todos los actores se encuentran cómodos, aunque si son buenos lo hacen y punto.
Una prosodia que quizás se piense que se modernice cuando se dice micrófono en mano, como ocurre en los monólogos en los que sujetos ideales y no reales, como el río Duero, toman la palabra. Una prosodia canónica que los actores hacen bien sin distinción, aunque no siempre consiguen que se entienda lo que quieren decir los versos.

Tampoco está mal el vestuario, si se descarta que tanto romanos como numantinos vayan de época, pero los personajes ideales y no reales vistan de esmoquin. Con elegancia actual. Otra cosa es la escenografía con ese muro que parece una cortina de hexágonos rígidos que se baja y se levanta para dejar ver un cielo estrellado y, alguna vez, a un personaje. O esas masas de escalones que se pueden mover por el escenario, alrededor del que se harán varias escenas. Pocos elementos que, curiosamente, dan la sensación de complejidad innecesaria cuando se ha decidido por una dirección de actores tradicional. De esos que te hacen ver lo que sea con solo decirlo y su presencia en escena. Añádase una música que no acompaña.
La sensación que se tiene viéndola es que se ha intentado dirigir de manera eficaz, un término más económico que artístico, de resolución de problemas escénicos de producción, antes que pensar en una puesta en escena con una intención. Dar una lectura propia. Una lectura de autor. Otra tendencia que también se está imponiendo en los teatros públicos de la Comunidad de Madrid, la de evitar la sospechosa visión de autor o director.

Porque, desde la butaca, lo que parece perseguirse es el beneplácito del público manteniendo un relato. El relato que no lo fue siempre. Pero en el que la población española ha sido educada. Como en otros países lo son sus locales y poblaciones. En esa unión y orgullo de pertenencia y resistencia al invasor. Al que viene de fuera. El extranjero que, ya se sabe, es malo. ¿Por qué sí? Porque por sus costumbres y su cultura amenazan la patria. Lo que se es o se cree que se es.
Numancia, mejor dicho, esta producción, presenta unos romanos libertinos, más interesados en comer, beber y divertirse que en conquistar. Ya se sabe, la mala vida. A los que hay que curtir el espíritu para que tengan el hambre de conquista que han perdido bajo el sol de Hispania.
Y a unos hispanos buenos y listos. Personas que, ante la llegada del exitoso Escipión que siempre consigue el objetivo y el triunfo para Roma, pretenden negociar una paz, salvar los muebles. Pero cuya resistencia ha superado todo lo que Roma puede aguantar y que Escipión está dispuesto a aceptar. A él solo le vale ya que se rindan, se dobleguen. Una victoria aplastante.

Así que no les queda otra que resistir como pueden. Y, ya que van a morir, morir luchando juntos por un trozo de pan que les es negado, una lucha que impide la vida, es decir, la amistad, el amor y la solidaridad entre seres humanos. Ante tanto infortunio y la conciencia que se crea de que ya lo han perdido todo, deciden morir dignamente y por sus manos antes que vivir y ser considerados un trofeo de guerra.
Una épica que sigue teniendo adeptos. La educación, las series, las películas, los libros, los deportes colectivos (sin duda el fútbol), los intelectuales y las máquinas de los estados locales, nacionales o transnacionales, favorecen esa idea. Antes morir por la patria que perder la vida.

La duda es si esa es la propuesta de Cervantes. Ya que lo que le ha hecho un autor universal no es precisamente la defensa de la muerte, sino de la vida humana. Y de cómo las ficciones, sobre todo, las ficciones populares y comerciales, entonces los cuentos de caballería y lo que ahora pueden ser las historias policiacas, románticas, de intriga política, y el relato del fútbol o la tertulia, crean cabezas, una forma de pensar, que no son realistas, que se dan de bruces con las posibilidades de vivir todos juntos y en libertad.
O crean una realidad compartida que es pura ficción. Convirtiéndose en una fuente de muchos problemas en los que los seres humanos pierden, o se quitan unos a otros, inútilmente la vida. En aquella sociedad, ¿y en la nuestra? Miren sus pantallas y las noticias, quizás esta producción se hubiera beneficiado más de mirarlas, hacer una lectura contemporánea en lo que Cervantes tiene de clásico, y haber dejado el exitoso peplum de otros tiempos para otro momento.